El polvo, por Ramone
EL POLVO (por Kike Babas)
"¡Joder cómo follas muchacho! ¡Cómo follas!" Y vuelta a correrse. De esta guisa, con suspiros de semejante pelo y recios y lúbricos cumplidos a pie de jadeo, se expresaba la muchacha el viernes pasado a medianoche en una elástica jornada de cama que le duró hasta el sábado a mediodía y que se le pasó en un santiamén entre el griterío, los ojos en blanco y las piernas en cruz.
Después quedó suave, como una muñequita de trapo de seda, vacía de fuerzas y henchida de laxitud, sabiendo que en unos días marcaría el número de teléfono que le intercambió en la despedida. Aun disfrazado el sentimiento de enamoramiento inmediato, flechazo fulminante, se trataba de sexo. Simple, llano, puro y divino sexo. Buen sexo.
A su primer encuentro ella había llegado desinhibidamente borracha, tocada por apenas dos cervezas y dos turnos de la ronda de "machacaos", pues no está acostumbrada a beber. Él había aparecido como un huracán del verbo, con los ojos como dagas y sabiendo hacer reír, afilado como iba con cinco tiros de speed y dos bombitas de mdma. Tampoco está entre sus costumbres darse semejantes festines. Por casualidad habían chocado sus culos mientras pedían en la barra pero, a la que se dieron la vuelta para disculparse por el tropiezo, todo lo demás se hizo aposta. Y rápido. Antes de media hora ya se habían despedido de sus respectivos grupos de amigos y se habían ido a la habitación alquilada de ella. Habían empezado a besarse en la misma barra, a meterse mano comenzaron en el taxi.
¡Joder cómo follo! ¡Cómo estoy follando! El primer sorprendido fue él, mientras se descubría en la tensión imperturbable, la energía ilimitada y la sensibilidad angelical. Poseedor de tan jayanas y tiernas cualidades, se zambulló en el suspiro lúbrico y el elástico jadeo, los ojos en cruz y las piernas en blanco. Y por él aún hubiesen seguido unas horas más si ella no le hubiese dicho: "ya basta por hoy, estoy muerta de gloria, pero muerta. Déjame tu teléfono, aquí va el mío... con mi nombre".
Tres días después, martes a la tarde noche, suena el teléfono. Para entonces él ya tiene pasada y repasada, deleitada, la historia: muchacho conoce a muchacha en concierto y acaban en casa de ella, follan como locos, follan como locos, follan como locos, hablan de repetir y tres días después suena el móvil. Pero ya no hay speed ni cristal al que recurrir, y sin ellos tampoco hay confianza en uno mismo. Además le da miedo engancharse, no quiere depender, no quiere verse buscando un camello por tener una cita. Tres días después siente de nuevo el hambre y el sueño, y la seguridad de que se correrá nada más empezar a empujar. Tres días después vuelve a ser el de siempre: el amante nimio tirando a la nada, el eyaculador precoz.
Lo más seguro es que no coja el teléfono.
Kike Babas (Días de speed a falta de rosas, 2008)
Podcast del programa Carne Cruda (Radio 3) - Speed y rosas - 26/04/2010
Un aplauso.
ResponderEliminar